Por qué no volvemos. Por qué me despierto
y lo primero que hago es pensar en tus fotos. Pero si las metí en el
fondo del cajón ese que ya ni abro. El de las cosas perdidas aposta. El
de los recuerdos que son demasiado grandes para llevarlos encima.
Malditas fotografías. Malditas emulsiones enmarcadas en vidrio.
Escaparates de 15×9 que ya sólo te venden saldos, instantáneas con
retraso de lo que pudo ser y no fue. Por qué las escondí allí, si se me
agarran a la retina día sí día también. Por qué hago ver que no las veo,
si no me hace falta ni mirarlas, si ya me las sé.
Por qué no volvemos. Por qué no dejo de
seguir tus pasos. Por qué entro de puntillas en las redes sociales como
quien entra a por algo que se dejó. Por qué analizo tus fotos, tus
gestos, tus lugares y tus palabras. Por qué veo en cada nuevo amigo o
contacto tuyo un potencial enemigo. Por qué me da miedo que me olvides
con ellos, que me entierres sin mí. Por qué busco señales que al fin y
al cabo tú ya no emites. Por qué. Eh. Por qué.
Por qué no volvemos. Por qué no he sido
capaz de volver a sentarme en la única mesa maldita de nuestro
restaurante. Por qué salgo todas las noches como si nada, como si jamás
te hubiese conocido. Y por qué les acabo pidiendo a todas que hagan de
ti. Que les gusten tus mismas cosas. Que se rían como lo hacías tú. Por
qué las comparo siempre contigo. Qué culpa tendrán ellas de no
alcanzarte. De no saber que me exististe. De no poder acabarse este
final.
Por qué no volvemos. Por qué sigo mirando
el móvil cada dos horas simplemente para ver si estás en línea. Por qué
empiezo a escribir siempre el mismo mensaje. Uno que arranca con un por
qué no volvemos. Uno que sigue explicándote cuánto te echo de menos.
Que ya casi olvidé tus defectos. Que me quedé solo a soportar los míos.
Que ya es mucho soportar para una sola persona. Y por qué, cuando acabo
el mensaje perfecto, le doy siempre al borrado completo en vez de al
enviar. Por qué no te llamo cuando tengo tantas ganas de hablar.
Por qué no volvemos. Dímelo, de verdad,
tan sólo recuérdamelo una vez más. Aunque te cueste algún que otro
esfuerzo. Hazlo por este pedazo de vida tuya que sigue a la deriva de
los recuerdos. Por los viejos tiempos. Por este mal sabor de boca
después de algo tan dulce. Por lo que fuera yo en tu vida. Por lo que
sea. Por lo que fui.
Yo la verdad es que no he aprendido. Sigo
estando igual. Me siguen haciendo daño las mismas cosas. Me siguen
emocionando las canciones de siempre. Sobre todo ahora, que sé que en
realidad todas me hablaban de ti. Me sigo haciendo muchas trampas al
solitario. Me veo con los mismos amigos a los que les ruego que no me
hablen de ti. Hasta que les acabo preguntando yo. Ah, y he vuelto al
microondas, que cocinar para uno ya sabes que no vale la pena. Supongo
que soy aún más difícil. Imagino que el gas noble de mis manías se habrá
expandido hasta ocupar parte del hueco que dejaste tú. Y seguramente, a
base de vivir conmigo, me habré vuelto mucho más yo.
Por eso, te podría decir que he cambiado.
Que ahora sí que sí. Que ahora entiendo por qué no funcionó lo nuestro.
Que por qué no volvemos. Que por qué no intentarlo, sabiendo lo que
sabemos. Pero te estaría mintiendo, y lo haría simplemente para
conseguirte de nuevo, para volverte a tener, para volverme a dar a ti.
Nos estaríamos engañando de nuevo.
Y volveríamos dispuestos a ello, tan sólo por lo mucho que nos queremos.
Tan absurdo como cuando estábamos juntos y tras cada silencio resonaba siempre la misma pregunta.
Por qué no lo dejamos.”
Risto Mejides
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