“¿Para qué va a estudiar el niño si va a morirse pronto?”. Eso le dijo alguien a Consuelo Vizcaíno cuando anunció que su hijo había decidido estudiar Periodismo. A bocajarro. “Ha sacado un 8,2 en Géneros y Estilos del Periodismo. "Me siento feliz". Así de orgullosa está ahora Consuelo por los resultados académicos del niño.
Entre un hecho y otro han pasado dos años, dos cursos, 730 días, mil anécdotas, innumerables sin sabores que les llevaron a la desesperación y otras tantas alegrías que les hicieron sentir que todo el sacrificio mereció la pena. Esta es la historia de una madre empeñada en lograr que el sueño de su hijo se cumpla. La historia de un hijo dedicado a desafiar su destino.
Rafael Lugo mira el mundo desde su silla de ruedas desde los 8 años. Tiene distrofia muscular de Duchenne, enfermedad genética y degenerativa con una esperanza de vida que está en torno a los 30 años. A sus 19 la describe con precisión y sencillez, con el tono monocorde de quien se ve obligado a explicar lo mismo por enésima vez en su vida: “Nos falta el gen que produce la proteína encargada de dar estabilidad a los músculos. Poco a poco los músculos se degeneran, se van debilitando. Es como si desaparecieran y fueran sustituidos por materia grasa”. Rafael fue perdiendo la movilidad de brazos y piernas paulatinamente desde los tres años. Ahora va en silla, un elástico evita que su cuerpo se despegue del respaldo y necesita ayuda para cualquier actividad cotidiana. Cualquiera.
¿Por qué Periodismo? “Siempre me ha gustado mucho el deporte. Yo quería practicarlo, pero como con mi discapacidad no puedo, dije… Pues voy a hacer esta carrera para intentar ser periodista deportivo”. Ese es su sueño. Decidió estudiar para tener un objetivo por el que luchar. Pero ¿cómo lograrlo en su situación? La respuesta está en su madre.
Quién le iba a decir a Consuelo que a los 44 años iba a empezar a ir a la universidad. Ella que, de familia humilde con 9 hermanos, tuvo que dejar la escuela en quinto de EGB. Pues ella no se ha perdido una clase de su hijo en la Facultad de Comunicación de Sevilla en estos dos años. Él no puede escribir, de modo que Consuelo se sienta a su lado y va tomando nota de lo que Rafael considera importante de la explicación del profesor. “Lo peor que llevo son las faltas de ortografía. Cuando entrega un examen o un test de actualidad, le digo al profesor que las faltas de ortografía son mías, que no se las achaque a él”, cuenta Consuelo medio azorada. Y se ríe cuando recuerda que en un test de actualidad escribió Verckel en vez de Merkel porque no entendió bien lo que le dictaba. “Lo que estoy aprendiendo… Me tendrán que dar a mí algo también cuando éste se saque el título, ¿no?”. Lejos queda aquel primer día de facultad en el que los compañeros miraban extrañados a madre e hijo sin entender muy bien la situación. “Ahora me siento como una más”.
Si Rafael tiene una duda dice “mamá, levanta la mano”, y ella la levanta. Si necesita que le limpie los mocos o le dé agua, Consuelo lo hace. Y al llegar la hora, tras las clases, juntos emprenden el camino de vuelta a Dos Hermanas, donde viven, a bordo del coche adaptado cuyo préstamo a duras penas van pagando.
La tarde es tiempo de estudio o de realizar algún trabajo académico. Ese ha sido el día a día de Rafael y su madre durante los dos últimos años. Y así será de nuevo en unas semanas, una vez comience el nuevo curso. Ahora Rafael prepara los dos exámenes a los que se presenta en septiembre.
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