Nunca olvidaré la experiencia vivida. Estas prácticas no se asemejaban para nada a las de Magisterio. Múltiples dudas e inquietudes rondaban por mi cabeza. En realidad no sabía lo que me esperaba, qué funciones eran de mi competencia, si sería capaz de afrontarlas y estar a la altura.
Llegó el día y los nervios recorrían mi cuerpo, no sabía con lo que me iba a encontrar...
Ese primer contacto, fue impactante. Tal vez el contexto, tal vez las circunstancias o incluso quizás las metas estaban más lejos de lo que había imaginado. No se asemejaba para nada a un centro educativo. Aquí mis funciones tendrían que ir más allá. Ese día me fui a casa aturdida y desesperanzada.
Al día siguiente, tras una charla a las claras del día y llegar a casa, se me cambió el chip. Lo visualicé todo desde una perspectiva más optimista y con un camino mucho más claro, estaría más lejano, pero al menos ya no causaba en mí ese temor a adentrarme en el primer paso.
A raíz de ahí, todo fue fluyendo poco a poco. Le cogí el truquillo, ese que se necesita para interactuar en este campo. A veces, te desesperas un poco, porque haces de madre, de padre, de amiga, de confidente, de educador, de todo lo que se te pase por la mente. Aquí no se cuenta con el futuro. Aquí vale el ahora. Cada problema, una solución.
Ha sido un periodo muy corto, pero a la vez muy reconfortante. Te hace desenvolverte en tu autonomía, valorar las pequeñas cosas, así como todo aquello que posees.
Lo que me llevo es el cariño que se le ha cogido a esos niños/as, cada uno tan diferente, cada cual tan especial, admirando en todo momento su valentía, que a pesar de haber vivido historias terribles en sus vidas, muestran la fortaleza para seguir adelante.
Hoy en mi último día con ellos, no sabía como guardarme las lágrimas, pero siempre los tendré en mi corazón.
Gracias
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